martes, 26 de mayo de 2015

"Cabeza de árbol"

                                                                Cabeza de árbol.
 Vanesa Ramírez, escritora argentina. Historias de niñas. Cuentos de niñas y animales.

Este es un cuento un tanto extraño, bah, es la historia de una niña común, una linda niña de pelo lacio (de muuuucho pelo lacio) pero esperen, ya que es un cuento, vamos a empezarlo como se debe….
Había una vez una niña, que tenía un hermoso y largo cabello lacio, que caía profuso y copioso sobre su pequeña espalda. Sí, sí, un hermoso cabello. Pero a ella no le gustaba. Decía que el pelo lacio era aburrido y que quería tener rulos. Muchos rulos. Porque era más divertido.
Y así iba por la vida, pidiendo tener rulos cada vez que veía caerse una estrella, cada vez que una vaquita de San Antonio se posaba en ella, cada vez que veía un panadero y le sacaba el pancito, cada vez que cumplía años, cada vez….
Y ocurrió, porque cuando las cosas tienen que ocurrir alguna vez ocurren. Un buen día se despertó y tenía un montón de rulos en la cabeza. No sabemos si fueron las vaquitas de San Antonio, los panaderos, las estrellas, los cumpleaños, o todo. Pero resultó que su hermoso pelo lacio se convirtió en una mata de rulos, igualmente hermoso… bueno, al principio. Pero pensándolo bien después también. Pero no nos apuremos. Mejor vamos paso a paso.
Esa mañana en que se despertó con rulos, cuando se miró en el espejo del baño al principio no lo podía creer, “seguramente sigo durmiendo”, se dijo. Pero no, era verdad, se había despertado nomas. Y lo comprobó con el viejo método del pellizcón. Y le dolió. Así que no cabían dudas, estaba despierta… ¡y tenía rulos!! Al comprobar la veracidad del hecho salió, corriendo y a los gritos, a mostrarle al mundo su nuevo aspecto.
Eso sí, como dicen por ahí: “cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad”. Tenía rulos, sí, pero como tenía taaaaaaanto pelo sus rulos ocupaban mucho espacio, y en la escuela empezaron a decirle “cabeza de árbol” porque eso parecía, un árbol. Un árbol con su cuerpito flaco y larguirucho semejando el tronco y su enorme cabellera enrulada que parecía la copa. Y no sólo en la escuela, y no sólo los chicos pensaban que parecía un árbol…
Un día, en que estaba parada quietita un rato, vino una abeja medio despistada y consideró que ése era un lugar espectacular para armar una nueva colmena (porque la que tenían hasta hace un rato se la había roto un nene con un palo, eso sí, ¡¡¡le habían dado su merecido!!!), pero aún estaban sin colmena y tenían que construir otra para resguardar a las larvas que se habían salvado de la masacre. Así que fue rápidamente a contárselo a sus hermanas, bailando, como se cuentan las cosas las abejas. Y así fue que decidieron armar su nueva colmena en ese extraño árbol.
Una cosa que no dijimos antes, y que estaría bueno que supieran, es que a la nena le gustaban mucho los bichos.
Le gustaban los animales, en general, pero particularmente esos que los científicos clasifican dentro de los artrópodos, pero que todos – todos – conocemos como “bichos”.
Al notar que las abejas estaban empezando a construir su colmena en un sector de sus rulos, la nena se puso contenta. Le encantaba la idea de tener unos amigos bichos viviendo con ella… El problema fue cuando llegó la hora de acostarse, porque si apoyaba la cabeza en la almohada iba a destrozar la incipiente colmena y sus pobres nuevas amigas iban a tener que mudarse de nuevo… Así que llamó a un amigo al que le gustaba inventar y construir cosas e idearon juntos un soporte para su cabeza, para que ella pudiera dormir cómoda y que las abejas estuvieran a salvo.
Y así prosperó la colmena, las abejas se hicieron sus amigas y no la picaban, es más, la defendían cuando alguno (de ésos que no entienden nada) la agredía o se burlaba de ella y de sus rulos de mala manera. Porque las burlas graciosas son lindas, y dan risa, pero las mal intencionadas no, y las abejas se daban cuenta y alejaban zumbando – y a veces a los aguijonazos – a los que venían con mala onda.
Y después llegaron otros: bichitos de luz, chicharras, alguna que otra araña… la profusa cabellera empezó a poblarse ya tener vida (o a tener MÁS vida, digamos…). A ella y a sus amigos les encantaba ver qué nuevo habitante se sumaba a la comunidad, los conocían a todos y, como eran chicos curiosos, iban registrando los cambios y los comportamientos de todos los seres que vivían en la “cabeza de árbol”.
Y un día vinieron los pájaros: al principio un picaflor hizo su pequeño nidito, después se fueron sumando chingolos, torcazas y hasta un hornero… ¡qué contentos estaban todos!!
A la nena le gustaba mucho tener esa linda comunidad en su cabeza de árbol, pero con esto de hacer de árbol se le estaba haciendo difícil realizar sus actividades de nena. Si jugaba al elástico, por ejemplo, sus co-habitantes pensaban que había un terremoto. ¡¡¡Y ni hablar de lavarse la cabeza!!!
Así que otra vez, recurriendo a sus amigos, se pusieron a pensar en cómo hacer para que ella pudiera volver a saltar y correr como antes (porque no lo dijimos hasta ahora, pero a la nena le gustaba mucho correr y saltar y andar en bicicleta y todas esas cosas…).
Y pensaron y pensaron y al final decidieron que lo mejor sería que la nena se cortara los rulos y que los pusieran en algún lugar seguro y protegido, pero que, a la vez, lo pudieran ir a visitar cuando quisieran, así veían como seguían sus amiguitos. Así fue que pidieron permiso y plantaron un poste (de la altura de la nena, más o menos) en un rincón del patio de la escuela y le cortaron el pelo con mucho cuidado y lo fueron traspasando al palo, armando otra vez el árbol. Así quedaron los rulos, los bichos y los pajaritos en el patio, como una mini-reserva, que ahora en la escuela se conoce como “La Peluca” y que está ahí, en el patio.
¿Quieren saber qué le pasó a la nena? Volvió a tener su hermoso pelo lacio, y a correr y a saltar, pero cada tanto va al patio, hasta el poste, y con muuuuucho cuidado se pone la peluca, para volver a sentirse un poco árbol…
Y colorín colorado, ¡este cuentito loco ha terminado.
Fin

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